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Aprender de los hongos como metáfora para sobrevivir al capitalismo salvaje

Estos seres, ni animales ni plantas, no son solo propiciadores de zombis o de viajes psicodélicos: también sirven como modelo para superar tiempos de catástrofe climática e individualismo atroz

'Habitación Hongo Invertida' de Carsten Holler, parte del proyecto permanente 'Atlas', en la Fundación Prada, el 20 de julio de 2022 en Milán, Italia.
Sergio C. Fanjul

El organismo vivo más grande del mundo cubre la superficie equivalente a 1.300 campos de fútbol y tiene 2.500 años de antigüedad. Se encuentra en un bosque Oregón, Estados Unidos: es un hongo de la miel (Armillaria ostoyae). Además de haber sido profundamente estudiado por la ciencia, aparece en la introducción de la novela Estaré sola y sin fiesta (Lumen, 2021) de Sara Barquinero, la obra que precedió a su célebre Los escorpiones. La autora lo utiliza poéticamente para representar una fuerza ambivalente, destructora e imparable, pero también, a la larga, benefactora: “Después, lo conquistó todo. Infectó suelo y árboles con sus filamentos, hizo de sus vidas un hogar. Casi letal: una fuerza que primero invade y arrebata y luego consuela y ayuda”, escribe.

Los hongos, esos seres que no son animales ni plantas sino otra cosa (el reino Fungi), que aparecieron sobre la faz de la Tierra millones de años antes que los humanos, que hacen posible la vida fertilizando y descomponiendo, ¡que permiten fabricar cerveza!, son objeto de atención reciente en los productos culturales. De diferentes maneras, pero sobre todo, la más novedosa, como ejemplo para una existencia colaborativa e integrada en el ecosistema, opuesta a la actual megamáquina planetaria, que nos puede ayudar a superar este callejón sin salida existencial.

En el celebrado videojuego The Last of Us (se acaba de estrenar la segunda temporada de la serie) el colapso civilizatorio se produce por la infección masiva del hongo Cordyceps, que en la realidad hace zombis a las hormigas para lograr su propia propagación, pero que en la serie se ceba con la especie humana. En la novela El vasto territorio (Caja Negra), el escritor chileno Simón López Trujillo también recurre a un hongo que posee a un trabajador maderero y le convierte en un ser místico que lidera una secta, todo para hablar del extractivismo brutal en la Araucanía, de la resistencia mapuche a las grandes corporaciones madereras o del choque de la civilización con los límites biofísicos del planeta.

López Trujillo le ve la metáfora literaria a los hongos, como explicó a este periódico: “Son muy buenos formando comunidades interespecie, generando comunión y simbiosis. Para mí son también una metáfora de la intertextualidad”. La literatura, entendida como una red que conecta multitud de textos y de autores de toda época, podría ser vista como un gran hongo.

Una imagen del documental 'Fantastic Fungi' (2019), de Louie Schwartzberg.

Una metáfora poderosa

Precisamente, lo que se ve en la producción cultural es que los hongos son una metáfora muy poderosa. Y de muchas cosas. Cuando pensamos en hongos, por lo general, pensamos en setas. Los champiñones, los boletus o las shiitake, que ponemos sobre el plato. Las que pululan por el videojuego Super Mario Bros o las que sirven de vivienda digna para Los Pitufos. La temible Amanita muscaria, roja con lunares blancos, tóxica y alucinógena, que sirve de estereotipo de hongo en el imaginario popular. Por supuesto, los hongos que salen en los pies, o en los genitales.

Pero en un hongo, más que lo que se ve, importa lo que permanece oculto. La seta es solo un instrumento para la reproducción, la verdadera esencia del hongo radica en el micelio: una red subterránea formada por filamentos, llamados hifas, que conecta a diferentes seres, que ayuda a la descomposición de la materia y la generación de nutrientes, y que da lugar a nuevas setas.

Una forma entusiasta de conocer el mundo secreto de los hongos es otro producto cultural: el documental Fantastic Fungi (Louie Schwartzberg, 2019). O el reciente libro introductorio Hongos. Descubriendo su papel en la naturaleza, la tecnología y la cultura (Pinolia), del micófilo Eduardo Bazo, donde, entre otras cosas, señala la influencia de los hongos en nuestra vida: generando antibióticos (la penicilina) o productos sin lactosa; como descomponedores, pero también como generadores de nuevos materiales… y hasta su posible uso para hacer habitable Marte a los humanos. “Lamentablemente, el desconocimiento de la funga ha permitido que actualmente [los hongos] también se encuentren sometidos a las perturbaciones del medio inherentes a las actividades humanas. ¡Se están extinguiendo y no nos estamos dando cuenta!”, denuncia.

Pero es el micelio, esa red subterránea e invisible que une a seres distintos, la que suele generar las metáforas más potentes. En su condición de red se la ha comparado con internet e incluso se la ha llamado la World Wide Web de la naturaleza (O Wood Wide Web, donde wood es madera en inglés). La ecóloga forestal Suzanne Simard ha estudiado precisamente esas relaciones simbióticas entre los árboles y los hongos y cómo los primeros intercambian información y nutrientes a través de los segundos, tal y como relata en el ensayo En busca del Árbol Madre (Paidós, 2021, traducción de Montserrat Asensio Fernández).

Otras concomitancias suceden con el concepto de rizoma de los pensadores Deleuze y Guattari, el sistema conectado y sin centro como alternativa al modelo jerárquico de árbol. El micelio es la conectividad, la inteligencia no centralizada de los movimientos sociales, las redes de apoyo, lo regenerativo y colaborativo de los modelos sostenibles, la interacción entre los diferentes, entre las especies. Lo que, de forma invisible, va colonizando el territorio o las mentes y acaba teniendo poder transformador, ya sea una cultura, unas ideas, el poder de las minorías. Muchas de las metáforas fúngicas tienen que ver con la crítica al capitalismo neoliberal o al desastre ecológico en curso.

Hongos anticapitalistas

“La forma en que los hongos se enfrentan al colapso medioambiental me dio esperanzas: una manera que podríamos calificar como de baja tecnología, colaborativa, holística, interconectada, adaptativa y, al mismo tiempo, proactiva. Los hongos no desperdician una buena crisis, son veteranos en seducir extinciones, han sobrevivido meteoritos y glaciaciones, desastres nucleares y la pérdida de su hábitat”, escribe la investigadora y artista Yasmine Ostendorf-Rodríguez en Seamos como los hongos. El arte y las enseñanzas del micelio (Caja Negra, 2024, traducción y prólogo de Helen Torres), uno de los títulos más recientes de esta corriente fúngica. Para la autora, los hongos ven una oportunidad en las crisis, que les ponen en situación de ampliar su colaboración y aumentar la simbiosis. “Han demostrado cómo los patrones y las dinámicas de poder abusivas o de alto contenido tecnológico, centralizadas y dominantes pueden y deber ser desafiadas”, añade. La metáfora del micelio puede oponerse al funcionamiento competitivo, jerárquico, acumulativo, acelerado, centralista y lineal del capitalismo.

La escritora Yasmine Ostendorf-Rodríguez, autora de 'Seamos como los hongos'.

Los hongos, según observa la investigadora, tienen su vertiente queer, por su sexualidad no binaria y fluida (por ejemplo, el Schizophyllum commune tiene más de 20.000 sexos diferentes), mientras que en su naturaleza se borran las fronteras entre el yo y el otro: una colonia fúngica es individuo y es legión. La colaboración interespecie conecta con las teorías posthumanistas de Rosi Braidotti o Donna Haraway, que tratan de descentrar la figura del ser humano y fomentar la visión multiespecie. En su libro, Ostendorf-Rodríguez reúne a artistas, feministas, sabias indígenas, micólogos o movimientos en defensa de la Tierra para aprender a aplicar las enseñanzas de los hongos en nuestras vidas, hasta en nuestra relación con la incertidumbre y la muerte. Y para “el diseño de un sistema de beneficios mutuos para la humanidad desde una óptica micológica”.

Mucha de la inspiración le viene a Ostendorf-Rodríguez de otro libro anterior: La seta del fin del mundo. Sobre la posibilidad de vida en las ruinas capitalistas (Capitán Swing, 2022, traducción de Francisco J. Ramos Mena). En este texto, la antropóloga Anna Lowenhaupt Tsing estudia la seta matsutake, considerada una delicia en Japón, portadora del aroma del otoño, que alcanza precios astronómicos, y las circunstancias en las que se produce. “La predisposición del matsutake a brotar en paisajes devastados nos permite explorar la ruina en la que se ha convertido nuestro hogar colectivo”, escribe la autora. El primer ser vivo que regresó a Hiroshima después de la explosión nuclear, fue este hongo.

Retrato promocional de la autora Anne Lowenhaupt Tsing, autora de 'La seta del fin del mundo'.

“El matsutake”, añade, “realza las grietas existentes en la economía política mundial”. Se refiere a los recolectores, pertenecientes a minorías desplazadas, sin salarios ni prestaciones, que recogen la seta por bosques de todo el hemisferio norte y las envían a Japón: “La mayoría cuentan historias de desplazamiento y pérdida”. Además, la naturaleza de los hongos en general, y del matsutake en particular, nos hacen, según la antropóloga, poner en cuestionamiento ciertas ideas modernas como la separación entre el ser humano y la naturaleza, la noción de progreso o la concentración de riqueza. Al contrario, Lowenhaupt Tsing busca ecologías “en las que en ocasiones numerosas especies viven juntas sin que exista ni armonía ni conquista”. Trata de oponer la supervivencia colaborativa a la destrucción capitalista.

Setas mágicas en Silicon Valley

Si hablamos de hongos no podemos olvidar una de sus propiedades más llamativas y que más literatura han generado: el poder alucinógeno de algunas variedades. El planeta de los hongos. Una historia cultural de los hongos psicodélicos (Anagrama, 2024), de Naief Yehya, relata la peripecia de la psicodelia fúngica desde la Edad de Piedra hasta Silicon Valley. Como periodista del ciberespacio desde principios de los noventa, el autor observó la profusión de alucinógenos entre los ingenieros, desarrolladores y programadores que crearon la industria tecnológica: buena parte de lo que empezaron a inventar, y que hoy vertebra el mundo, fue inspirado por la psicodelia fúngica. O sea, internet es, en parte, fruto de los hongos mágicos.

“El universo digital que compartimos y que es el escenario donde pasamos buena parte de la vida es resultado en gran medida de las exploraciones y viajes psicodélicos de estos modernos chamanes tecnológicos”, escribe Yehya. Al autor, por lo demás, le causaba rechazo el mundo de la psicodelia, infestado de charlatanería new age: “Una de las características interesantes de la historia de los alucinógenos es la manera en que buena parte de sus protagonistas comenzaron como provocadores o revolucionarios y se transformaron en evangelistas del culto de los psicodélicos, en personas que tan solo dividen el mundo entre quienes los han experimentado y quienes no lo han hecho”, escribe.

Una notable personalidad de los hongos protagoniza la autobiografía oral Vida de María Sabina, la sabia de los hongos (Siglo XXI, 2024), de Álvaro Estrada. “Soy sabia desde el vientre mismo de mi madre”, solía decir esta curandera indígena mexicana nacida a fines del siglo XIX en Oaxaca. Su vida surgió en un entorno de pobreza, hambre, trabajo agrícola de sol a sol y matrimonios adolescentes. Los niños santos, unos hongos con poder curativo, le transmitieron un conocimiento milenario que utilizó para curar a cientos, y su pueblo, Huautla, se convirtió en lugar de peregrinación hippie, lo que le trajo el rechazo de sus vecinos. Un caso que recuerda a Las enseñanzas de Don Juan (Fondo de Cultura Económica), un clásico de la contracultura de los años sesenta en el que el antropólogo Carlos Castaneda (que también fue acusado de fraude) divulgó los saberes psicodélicos de un chamán (o diablero) del desierto mexicano de Sonora a base de peyote, un cactus, y psilocybe, un hongo alucinógeno.

Los hongos: de objeto del terror en pelis de zombis a propiciador de viajes psicodélicos en el mundillo contracultural, las tribus indígenas y los orígenes de Silicon Valley. Pero, sobre todo, como metáfora de una forma de superar la catástrofe climática y la competitividad y el individualismo del capitalismo salvaje. Sin olvidar lo ricas que están las setas.

El vasto territorio

Simón López Trujillo
Caja Negra, 2023
130 páginas. 15 euros

Hongos. Descubriendo su papel en la naturaleza, la tecnología y la cultura

Eduardo Bazo Coronilla
Pinolia, 2025
336 páginas. 26,95 euros

En busca del Árbol Madre

Suzanne Simard
Traducción de Montserrat Asensio Fernández
Paidós, 2021
448 páginas. 22 euros

Seamos como los hongos

Yasmine Ostendorf-Rodríguez
Traducción de Helen Torres
Caja Negra, 2024
424 páginas. 26 euros

La seta del fin del mundo

Anna Lowenhaupt Tsing
Traducción de Francisco J. Ramos Mena
Capitán Swing, 2021
400 páginas. 22 euros

El planeta de los hongos

Naief Yehya
Anagrama, 2024
216 páginas. 18,90 euros

Vida de María Sabina

Álvaro Estrada
Siglo XXI, 2024
208 páginas. 21 euros

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.
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