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El año de Judeline: “Yo no quiero tener fans que me odien y me quieran a la vez”

De Los Caños de Meca, una pedanía de menos de 300 habitantes de Barbate, al Coachella de California. Judeline ha sabido ganarse un hueco en la música en apenas cinco años y con solo 22 cumplidos. Con su nuevo álbum, Bodhiria, ha agotado entradas en España, ha actuado en México o Perú y estará presente en los principales escenarios de los festivales del verano.

Judeline lleva vestido de Isabel Marant.
Margaryta Yakovenko

Al principio, un susurro. El escenario está vacío cuando suenan las primeras notas. Un sonido más distante que grave, como si estuviera llegando de un lugar muy lejano, casi místico. El público, con sus gritos, ahoga el susurro pregrabado: una declaración de amor que parece escrita desde el más allá. Los focos se encienden aunque todavía no es de noche. El susurro se apaga y, de pronto, una voz que recuerda al terciopelo líquido precede a la mujer que hizo que durante dos noches sonasen las castañuelas en el festival de música de Coachella, en California. Las mismas castañuelas en las que la inició su abuela andaluza cuando la mujer del escenario aún no se llamaba Judeline sino Lara Fernández Castrelo (Los Caños de Meca, Cádiz, 22 años).

Con el pelo larguísimo al viento en esta tarde de verano prematuro y una presencia calmada que contrasta con las letras de sus canciones, Judeline se mueve por el escenario despacio, balancea de vez en cuando las caderas imbuidas en una falda de amazona indómita provocando que los gritos suban de volumen, hace una coreografía lenta muy distinta al desborde energético del bailarín Héctor Fuertes que gira a su alrededor como una peonza poseída. En el pequeño silencio entre varias canciones, el público comienza a corear: “¡Guapa, guapa, guapa! ¡Reina, reina, reina!”, igual que se le corea a la Virgen de los Gitanos de Sevilla. Ella da las gracias y sonríe (será la única vez que lo haga durante todo el concierto). “Este es mi primer festival en España de la temporada”, explica a finales de mayo desde el escenario madrileño del Tomavistas y confiesa: “Ya había ganas de volver. Llevo muchos meses dando vueltas por gringolandia y necesitaba un poco de, no sé, meseta aunque sea”. El público estalla en carcajadas, encantado, embrujado por la presencia de Judeline, borracho de la música de Judeline, con el cerebro colmado de las letras de Judeline. Pero todo esto podría no estar sucediendo ahora mismo porque cuando Judeline era solo Lara, una adolescente que sentía que no encajaba en ningún sitio, una depresión le quitó las ganas de seguir viviendo.

En Los Caños de Meca, una pedanía de Barbate que no llega a los 300 habitantes, hay más alojamientos turísticos que calles. También hay una playa de arena fina y un mar embravecido y una luz que solo aquí tiene el color dorado del sur y al que Judeline le ha cantado en un EP titulado De la luz. Pero eso fue mucho después, porque, de los 13 a los 16 años, a Judeline su pueblo se le hacía oscuro, opresivo. “Pasé una depresión bastante fuerte entonces. Yo sentía que no encajaba en ningún lado. Siempre estaba sola. Me quería ir porque odiaba el colegio, odiaba el sitio. Me hacían bullying, me tuve que cambiar de cole, de ciudad. Como no iba nunca a clase, era un desastre. Tuve una infancia solitaria, complicada. No diría que tuve la vida escolar más divertida del mundo”, cuenta una mañana de febrero antes de viajar a América para iniciar la gira con su primer álbum, Bodhiria. El nombre del disco proviene del término sánscrito bodhi, que significa iluminación y en el budismo equivale a un despertar.

Judeline lleva un vestido de Roberto Cavalli.

Judeline reconoce que su primer despertar tuvo lugar entonces, con 16, cuando su madre le insistió para que se fuera a vivir unos meses fuera de España. Confiesa que le hacía falta. Abandonó cuarto de la ESO a mitad de curso e hizo las maletas para irse a vivir a Ámsterdam, donde trabajaría de au pair cuidando a los hijos de una familia holandesa mientras, en su tiempo libre, cantaba en los bares de la ciudad que tenían micro abierto. “Yo estaba muy, muy deprimida. Pensé en quitarme la vida varias veces y lo intenté. Y para mí es loco ahora ver la vida y pensar qué momentos oscuros he pasado y cómo de fuerte se siente la vida hoy, y de bonita. En mi pueblo no había nada. En Holanda empecé a conocer a gente. Todos los días tenían una razón de ser. Trabajaba, estaba con los niños, y se me fue mi depresión por fin porque empecé a sentirme útil y sentir que había un propósito en mi vida, que yo quería ser cantante”, relata desde el camerino en el que la han maquillado para la sesión de fotos. Está cansada pero satisfecha porque acaba de terminar sus tres conciertos del Circo Price de Madrid, sold out en los tres días consecutivos. Y, a pesar de la presión, no se siente intimidada. “Me daría más miedo si no estuviera todo vendido”, reconoce.

Pero todo eso ha venido después porque primero Lara tuvo que volver de Holanda, donde ya había empezado a usar el nombre de Judeline, que se pronuncia como Judelain y está inspirado en la canción de ‘Hey Jude’, de los Beatles, terminar cuarto de la ESO e inventarse que quería mudarse a Madrid a estudiar el bachillerato artístico cuando en realidad lo que quería era ir a la capital e intentar convertirse en cantante. En realidad, Lara siempre supo que quería ser cantante. Hija de una madre andaluza y un padre que nació en Venezuela pero hijo, a su vez, de inmigrantes andaluces, en su casa la música era una constante. Su padre, aunque no es músico profesional, toca varios instrumentos y ha sido su mayor influencia. “Mi padre me ha inculcado la música desde pequeña y yo siempre he tenido claro que era lo que me gustaba y, sobre todo, lo que se me daba bien. Porque a mí las matemáticas, no”.

"Siento que actúo mejor cuando hay mucha gente”, afirma Judeline cuando se le pregunta sobre sus recientes conciertos. En esta fotografía, lleva capa y vestido de Chanel.

Tenía 17 cuando llegó sola a Madrid y se instaló en un piso de Almendrales (“un pisillo”, dice ella), en el distrito de Usera, que compartía con cuatro personas más. “Al principio fue duro pero aprendí mucho y maduré un montón. Joder, han pasado cinco años, pero para mí ha sido como una vida entera, soy una persona completamente distinta, creo que ni me reconocería”, dice ahora sorprendida por la lógica metamorfosis que pasa todo el mundo en esos primeros años de adultez recién estrenada. La diferencia de Judeline con todo el mundo es que esa madurez está construyéndose ante la mirada inquisitiva de fans, periodistas e industria musical. A la vista de todo el mundo. Inmortalizada por las redes sociales o los artículos de revistas como Vogue o Rolling Stone. Por ejemplo, no tiene sentido leer las entrevistas que ha dado porque, incluso con la separación de unos meses, las respuestas pueden ser contradictorias (en una entrevista a People reconoció que era “la única atea de un colegio católico” y meses antes había confesado en nuestra entrevista que creía en Dios pero no en el destino). Igual que no tiene sentido esperar que en unos años no reniegue de parte de lo que ahora defiende o que decida cambiar de estilo musical o de referentes o de inspiración. “Es la artista joven más importante en España hoy y estamos viendo en directo su evolución”, explica Nadia Leal, editora de la revista musical Neo2, antes de añadir: “También va ganando más seguridad y eso se nota”.

Esos primeros meses en la capital, mientras se mantenía trabajando de niñera, fueron claves para que conociera a la gente adecuada de la escena musical, aquella que le pudiera abrir las puertas del mundillo. Aunque tenía ya varias covers y canciones propias publicadas en redes, su primer gran impulso llegó con el proyecto Desclasificados, del productor Alizzz, en 2020, durante el confinamiento. El productor liberó al mundo varias de sus propias bases descartadas y Judeline cogió una de ellas y grabó encima su tema ‘Rota’ metida en un armario y usando el móvil. La canción, ganadora del primer volumen del concurso y en la que ya se percibe la tersura de la voz de Lara, tiene un toque mucho más trap de lo que luego ha sido Bodhiria, más en la línea del flamenco pop. “Tuve mucha suerte con el concurso de Alizzz, pero también he sido muy pesada, he sido de estar todos los días en el estudio, y por mi juventud y por ser mujer me lo he tenido que currar bastante. Diría que hay personas que lo han tenido muchísimo más fácil que yo, pero estoy contenta y orgullosa de mi trabajo y creo que me merezco muchísimo lo que está pasando. También me he machacado mucho pensando que no estaba haciendo lo suficiente”, cuenta.

“Muchas veces estoy cansadísima y me pido un Uber y dentro del coche pienso: ‘Muchas gracias por darme la oportunidad de tener dinero para pedir un Uber”, cuenta Judeline. En esta fotografía, lleva vestido de Louis Vuitton y top a juego de la misma marca.

A partir de ahí, fue como si Judeline hubiera dejado la carretera comarcal para coger la autopista. Colaboró con Duki, con Tainy, con Dellafuente. Conoció hace dos años en el Primavera Sound a Mar Rojo, que entonces era booker en el festival y hoy es su mánager y la responsable, en parte, del éxito y la omnipresencia de Judeline. Firmó con Interscope Records, la discográfica de Lana del Rey o Lady Gaga. Fue telonera en la gira europea de J Balvin. Hasta que finalmente llegó el lanzamiento de Bodhiria, donde también han colaborado Rusowsky, Drummie o Rob Bisel, y que ha sido producido por Tuiste y Mayo. “Su target son chavales superjóvenes y ella, con una estética etérea, te mezcla sonidos árabes, flamenco, esa fusión es algo que ellos no tenían”, apostilla Nadia Leal. “Tiene un gran magnetismo en el directo. Tiene algo especial. Tiene una conexión brutal con el público joven que hacía muchísimo que no veía”, afirma Rojo, y prosigue: “Yo creo que en general el público quiere, sobre todo el más joven, ver encima del escenario a alguien en quien proyectarse. Y esa persona tiene que ser de su misma edad, manejar las mismas referencias, hablar el mismo idioma”, asegura Rojo. El mismo idioma: malaje, lache, cringe, random, pero también undebel, del caló, o habibi, del árabe. Esa mezcla en la que convergen varios estilos hasta crear una hibridación propia es lo que tiene sentido en un mundo en el que todo lo puro ya ha sido inventado, usado y agotado. Por supuesto que hay sintetizadores y hay reverberación y hay autotune. Porque la música de Judeline suena como debe sonar la música ahora.

En sus vídeos, un canto de sirena, un sonido que recuerda al que hacen las olas y un look agresivo de contraste, largas uñas afiladas, un imaginario de vírgenes y cadenas y de interiores oscuros que son como estar dentro de las casas de Bodas de sangre o de Yerma. Adentro, oscuridad. Afuera, una luz dura que impacta sobre el blanco inmaculado de las casas. Y Andalucía presente en todas las canciones. “Me encanta Lorca. Las letras flamencas han utilizado mucho a Lorca. Yo estoy super­orgullosa de Andalucía y alguien que lo represente de una manera tan bonita como él…”, justifica Judeline, que añade que para Bodhiria también se inspiró en las letras del álbum El origen de la leyenda, de Lole y Manuel.

“Bodhiria es un no lugar, un limbo desde el que la protagonista, ÁngelA, ve pasar la vida sin ella”, explica Judeline. ÁngelA es un 'alter ego' en este álbum. En la imagen, lleva vestido metálico de Versace.

Se la ha comparado, por la actitud o por la voz o por las letras, con Rosalía. También en parte porque este país necesita tener rosalías cada cierto tiempo, alguien nuevo a quien enaltecer. “Rosalía abrió la veda. Las comparan a todas con ella. Vivimos en una sociedad superficial, estética y Judeline tiene las claves para encajar. No sé si se va a convertir también en una superestrella. Si se da a lo más mainstream, entonces sin duda”, argumenta Leal. Por el momento, las entradas vendidas, el tour por EE UU y por Latinoamérica, donde pasó por México o Perú, la presencia en los festivales y el reciente anuncio de que estará en el Movistar Arena, antiguo WiZink, concierto con el que cerrará la gira, confirman lo que se sospechaba: es su momento. Pero la fama también ha venido con el veneno de la exposición y las críticas. “Entiendo que el éxito tiene sus condiciones, pero yo no quiero tener fans que me odien y me quieran a la vez. Luego te metes en los DM de Instagram y son solamente exigencias. Me encantaría que hubiera más mensajes de ‘esta canción me ha transmitido esto’. Pero me sorprende meterme en los mensajes y que todo sea ‘saca tal, haz una colabo con no sé quién, di esto, oye, no estás posicionado en este tema, no has subido ninguna historia’. Solo exigencias, y yo no soy Amazon”, dice.

—¿Qué es para usted el éxito?

—Es relativo. En la vida sería tener alrededor a muchas personas que me quieren y yo quererlas. Me gustaría que mis padres no tuvieran que trabajar más. Me gustaría ayudarlos, aunque aún me queda un poco. Tener libertad económica.

—¿Qué es para usted la libertad económica?

—No quiero tener muchísimo sino estar, vivir tranquila, no rayarme si salgo a comer o comerme la cabeza si necesito comprar un vuelo.

—¿Ha vivido momentos así?

—Sí, claro. En Holanda cobraba 50 euros a la semana y en Madrid igual, pero es que en Madrid estornudas y has gastado 200 euros. Estoy muy agradecida porque no me duró mucho esa situación porque la editorial apostó por mí y me dieron un adelanto con el que viví dos años. Ese dinero me dura ahora tres meses.

—¿Tiene más gastos ahora?

—Sí, me he acostumbrado a pedir un glovo de vez en cuando.

Judeline, con ropa de Isabel Marant.

El cambio de vida en solo unos años también le ha llegado con un sentimiento de extrañeza. Judeline reconoce que si bien su primer despertar fue aquel en el que descubrió su propósito en la vida, el segundo despertar le llegó cuando terminó de grabar el disco. “Estaba realmente cansada del proceso. Estaba siendo un peso muy grande para mí. Me estaba causando mucho estrés”, revela de forma inesperada. No es habitual que las estrellas que acaban de probar la gloria reconozcan que a veces el camino hasta allí ha sido más un pesar que una alegría. Al menos no tan pronto. En la canción que cierra su disco, ‘Es Dios bueno o solo es poderoso’, la letra habla del precio del triunfo cuando Judeline canta “Quise estar donde más el sol brillaba / y ahí sola me quedé”. “Es uno de los miedos que yo tenía cuando todo estaba empezando a subir. Estaba trabajando mucho y me estaba desconectando mucho de mi gente y temía quedarme sola y estar rodeada de trabajo y éxito laboral pero más vacía en otros sentidos”. En algunos de sus posts en X también comenta: “Siento incluso que veo en mi público una juventud que yo estoy viviendo de manera muy distinta, a veces siento envidia”. “La gente siempre quiere lo que no tiene”, confiesa al ser preguntada, y prosigue: “Yo nunca he tenido una juventud muy normal que digamos. Ha sido divertida, pero la comparo y pienso qué sería si yo hubiera ido a la universidad, si estuviera saliendo de fiesta con mis amigos de la uni. Yo esa experiencia no la he vivido y me da curiosidad. Pero me siento afortunada de tener un trabajo que me apasiona y poder vivir de ello”.

Judeline, La cantante, con vestido y botas de Gucci.

En el Tomavistas, la noche ya es oscura. Cuelga en el cielo la luna del grosor de una uña. Judeline saca más carácter del mostrado hasta ahora en el escenario, abandona esa languidez seductora en la que está basada toda la estética de Bodhiria y se tira al ritmo rápido de ‘Joropo’, un tema en esencia venezolano que ella hibrida con el flamenco y que, en la grabación, tiene la colaboración de su padre tocando el cuatro y la bandola. El público está tan desbocado como ya lo estuvo con ‘Inri’ cuando un coro colectivo bramaba aquella parte de la canción que dice “Heli, heli, heli ya. / Ponme un anillo, habibi / que yo me quiero casar / bendecida por el inri”. Y por un momento, Judeline lo domina todo: al público, a los bailarines, al futuro. Y el pasado parece muy lejos, en otra dimensión, formando parte de una vida que ahora ya es distinta. Y cuánta luz hay ahora.

Créditos

Estilismo: Juan Cebrián.
Ayudante de estilismo: Paula Alcalde y Carmen Cruz.
Asistente de fotografía: Edu Orozco.
Maquillaje y peluquería: Sandro Igón (Prima Talent).
Manicura: Lucero Hurtado.
Diseño de set: Irene Luna.
Producción: Cristina Serrano.

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Sobre la firma

Margaryta Yakovenko
Periodista y escritora, antes de llegar a EL PAÍS fue editora en la revista PlayGround y redactora en El Periódico de Cataluña y La Opinión. Estudió periodismo en la Universidad de Murcia y realizó el máster de Periodismo Político Internacional de la Universitat Pompeu Fabra. Es autora de la novela 'Desencajada' y varios relatos.
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