“Mañana compenso” y otras frases que generan una relación tóxica con la comida
Del famoso “hay que hacer cinco comidas al día” al “¿te vas a dejar eso en el plato”, repasamos con tres nutricionistas las frases del día a día que convierten la comida en la mala de la película

La comida, ¿eh? Qué de alegrías da y qué de sueño quita. Ojalá poder decir que no; pero en esta sociedad, con sus cánones de belleza, sus herencias del pasado y su desconexión generalizada, el acto de comer ha perdido mucho del bienestar que merece. La culpa aquí no es del cha-cha-chá, sino de una cosita llamada “cultura de la dieta” que ha hecho que el ser humano se olvide de algo que nació sabiendo hacer.
¿Qué es esta cultura de la dieta? Pues básicamente todo lo que rodea nuestra forma de entender el físico: que estar delgados equivale a estar sanos, que el peso es algo que podemos decidir a nuestro antojo mediante dieta y ejercicio y que cuanto más cerquita estemos de cumplir los cánones de belleza –el famoso cuerpo normativo– más valor tendremos como personas.
Ante este panorama cargadito de gordobofobia y de Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) es necesario volver a poner al instinto a trabajar para recuperar la salud y hacer las paces con la comida: conectar con las señales de hambre y saciedad, darse permiso incondicional para comer, respetar al cuerpo y moverse.
Hablamos con Melyssa Chang; autora del libro Come sin culpa que pasó por su propio calvario con el físico y decidió convertirse en nutricionista, Andrea Sorinas, también nutricionista experta en cambio de hábitos y patologías digestivas y Azahara Nieto, nutricionista y colaboradora en El País, en este caso especializada en trastornos de la conducta (TCA), y educación alimentaria. Juntas intentarán explicar de dónde vienen ciertas frases que se escuchan constantemente en relación a la comida –algunas, aparentemente inocentonas–, por qué generan un vínculo tóxico con ella y qué se puede hacer para volver a disfrutar del placer de comer.
“Debemos hacer cinco comidas al día”
Según Sorinas, la idea “proviene de recomendaciones nutricionales antiguas que sugerían que fraccionar la alimentación en varias comidas diarias ayudaba a acelerar el metabolismo”. Sin embargo, la evidencia científica actual muestra que no hay una regla universal y que la frecuencia ideal de comidas varía según la persona. “Puede generar ansiedad y culpa si alguien no cumple con esta norma, llevándolo a comer sin hambre o forzarse a seguir un patrón que no le resulta natural”. ¿Solución? “Escucha a tu cuerpo y come cuando tengas hambre, elige alimentos que te nutran y se adapten a tu estilo de vida”. Dejando fuera de la dieta habitual los ultraprocesados, ya que como contamos en este artículo, estos están hechos para manipular lo que “nos pide el cuerpo”.
El darse permiso para comer cuando el cuerpo lo pida implica que un día se ingiera alimento ocho veces, dos o cinco, ya que las señales de hambre no son una radio que se pueda encender o apagar. “Ayuda mucho evidentemente el decir ‘vale, me quedo tranquila porque sí, ayer hice más ejercicio porque mis hormonas están más alteradas, porque mi riñón está trabajando más por x motivos”, explica Chang, “pero también que puede suceder porque sí. Pues porque sí, hoy necesito comer más porque estoy más triste, ¿es válido? Absolutamente”.

“¿No te vas a dejar eso, no?”
No hay registros de cuántas veces se ha pronunciado esta frase en España, pero probablemente alguien la esté diciendo mientras se escriben estas palabras. Para Chang, es algo cultural. En la cultura árabe “si tú no dejas nada en el plato te van a servir un segundo plato porque eso significa que te has quedado con hambre”, explica. En las culturas latinas o española, si te dejas comida en el plato es como despreciar la comida.
Comer “por no hacer un feo”, no dejar que un infante se levante de la silla hasta que se haya terminado hasta la última lenteja o sentir remordimientos porque el estómago está más que satisfecho con el segundo y no tiene ni pizca de ganas de probar el postre son señales de que se pertenece al, como lo llama la nutricionista, “club del plato vacío”. Y no son buenas noticias. Para entrar a este selecto club hay que renunciar a la primera norma de la alimentación intuitiva: conectar con las señales de hambre y saciedad.
Existe una señal más que añadir a ese paquete: la apetencia. Porque esto de comer de forma consciente no consiste en alimentarse como un pajarillo y dejar los caprichos de lado. “Hay días en los que puedo querer acabarme el plato y acabar muy llena e incómoda –y eso está bien”, asegura Chang. “Pero desde la propia elección de ‘quiero acabar más llena’ y puede haber días que respeto a mi cuerpo y digo ‘hasta aquí porque con esto tengo suficiente’”. Es decir, aquí la clave está en elegir de forma consciente cuánto, qué y cómo se quiere comer, aunque implique pedir comida para llevar, o poner límites y decirle a esa persona que ofrece comida con todo su amor que se ha llegado al límite de la saciedad.

“Mañana compenso”
Un trozo de tarta, un menú degustación o un gran banquete suelen ser los elementos que provocan que se pronuncie esta frase, como si comer fuese un crimen y la hambruna del día siguiente, el castigo. “No hay nada que compensar”, zanja Azahara Nieto. “Al final la comida no es ni un premio ni un castigo, entonces si hoy he comido más, pues luego continúo con mi vida, pero sobre todo porque eso genera conductas de exceso y restricción y generalmente acaba generando culpa con la comida”.
Chang, en su libro, pone un ejemplo claro: igual que nuestro cuerpo no cambia por haber pasado un día comiendo poco, tampoco lo hace por haber pasado un día comiendo mucho. “Al final tenemos mecanismos internos que nos van a ayudar a eliminar ese alimento que hemos comido en exceso”. En cambio, si la costumbre es compensar, nuestro organismo –que entiende poco de las dinámicas del siglo XXI–, asociará comer en grandes cantidades a futuros momentos de hambruna y, por lo tanto, acumulará todo lo posible en forma de grasa corporal.
No sólo eso, cuando sometemos a nuestro cuerpo a largos periodos de hambre se suman otros factores a la ecuación: desde pensar en la comida de forma obsesiva hasta la dismenorrea (pérdida de la menstruación). La solución, de nuevo, consiste en añadir en lugar de eliminar y en pensar en cómo se puede ayudar al cuerpo a sentirse mejor al día siguiente. Algunas opciones son salir a caminar, hacer yoga o consumir más fruta y eliminar de la ecuación la idea de castigar al cuerpo.

“Siempre hago ejercicio en ayunas”
Deslizarse hacia el gimnasio por la mañana sin haber ingerido alimento puede deberse a muchos motivos, pero hacer ejercicio con el estómago rugiendo con el objetivo de perder peso, según Nieto, no es la mejor estrategia. “El ejercicio no debería ser un medio para perder peso, por tanto, no habría que buscar la mejor opción para hacerlo”. El mejor ejercicio es el que se hace y en el momento en el que decidas, pero buscar las maneras de perder más peso a través del ejercicio normalmente van a traer una mala relación con el ejercicio y con la comida y “no se convertirá en algo natural que hay que hacer porque necesitamos mover el cuerpo, sino siempre como un fin para adelgazar”. Para Chang tomar algo antes de hacer deporte tiene como consecuencia, además del hecho de disfrutar más de la sesión, que aumente el rendimiento físico en ese ejercicio haciendo que las fibras musculares se alimenten, crezcan y se vuelvan más fuertes.
“[Mientras se come] Venga, pon la tele a ver qué echan”
Decirle “hola” a la tele, el móvil o lo que sea que centre nuestra atención es decirle “adiós” a escuchar señales corporales muy necesarias, por ejemplo relacionadas con la saciedad. También pueden darse en cenas con amigos o familia y situaciones más sociales, y por supuesto esto no significa que debamos renunciar a ellas. “Necesitamos entrenarnos para que cuando tengamos distracciones del tipo “tele” o tipo social, esas señales puedan aparecer de una forma más automatizada”, que no represente un esfuerzo sacarlas, comenta Melyssa Chang. Saber qué queremos y qué necesitamos.
“Me muero por una palmera de chocolate, pero pediré un pan integral”
“Se basa en la creencia de que ciertos alimentos están ‘prohibidos’ y siempre hay que optar por la opción más ‘saludable’ (sin considerar el placer)”, aclara Andra Sorinas. Como resultado, “puede fomentar una relación restrictiva con la comida y sentimientos de culpa cuando eventualmente se consuma el alimento ‘prohibido’, o llevar a atracones o compensaciones posteriores”.
Etiquetar a la comida de “prohibida” le da ese qué sé yo que tiene lo inalcanzable y que tanto atrae al ser humano (cuya fuerza de voluntad es limitada). “Todos sabemos que al final hay alimentos más nutritivos y alimentos menos nutritivos”, explica la autora de Come sin culpa, “pero si nosotros nos prohibimos comer esos alimentos desde el control, al final eso nos lleva a un mayor descontrol porque tenemos una batería mental y esa batería mental se acaba desgastando a lo largo del día”. Sorinas propone una alternativa saludable: “Si realmente quiero una palmera de chocolate, puedo disfrutarla conscientemente y sin culpa. También puedo equilibrar mi alimentación de manera general sin sentir que tengo que ‘compensar’ un antojo”.

“Quiero adelgazar pero lo hago por salud”
Dime cuánto mides y pesas y te diré cómo de sano estás, la premisa del Índice de Masa Corporal (IMC) sigue siendo en España una forma de entender si se deben tomar medidas sobre el físico. “Delgadez no es sinónimo de salud, de hecho ningún peso asegura salud: hay muchas personas delgadas que no están sanas y también hay personas gordas que lo están”, apunta Nieto. “Esto no es más que un enfoque pesocentrista, pero la salud es mucho más allá de un peso”.
En los años sesenta en Estados Unidos se dieron cuenta de que a las personas gordas se las trataba de una forma diferente en los hospitales, donde se tendía a culpar al peso de todos sus males. De ahí nació en la década de los noventa el enfoque Health at Every Size® (HAES®), que se basa en que todas las personas, independientemente de su talla, tienen derecho a una atención médica completa y libre de sesgos.
Chang corrobora que el único parámetro de salud es un análisis de sangre o una exploración física, “Que un médico o un fisioterapeuta o un traumatólogo diga ‘oye, pues sí, tienes mal las rodillas por un desgaste por el peso que se está ejerciendo’, perfecto, pero tú no puedes ver entrar a alguien por la puerta y decirle: ‘No, es que lo de tus rodillas es porque estás gorda’”. Hay pacientes delgadas con muy mala salud y a pacientes gordas con muy buena salud: no está relacionado.
“Mi objetivo es perder 5 kilos”
Uno de los tres pilares de la cultura de dieta es que la delgadez da estatus: a menor peso, mayor éxito. Alfombras rojas, iconos de la moda, influencers: la asociación de triunfo con felicidad va de la mano, y tiene que caber en una talla S. “De nuevo refleja la obsesión con el peso como único indicador de salud y bienestar, impulsada por la cultura de la dieta y los estándares estéticos”, recuerda Sorinas. “Reduce el bienestar a un número en la balanza, sin considerar otros aspectos como fuerza, energía, estado emocional, digestiones o calidad de vida”. Puede generar frustración, ciclos de dieta restrictiva y efecto rebote.
Que el número que indica la báscula está relacionado con el bienestar es una creencia que genera una mala relación con la comida porque se basa en una falacia: que todos los males se irán al conseguir un peso determinado y que ese peso determinado es algo que se puede decidir independientemente de la genética. “Mi objetivo es sentirme bien, con energía y cuidar mi salud de una manera sostenible y respetuosa con mi cuerpo”, remata la experta.
Reaprender a comer coloca la alimentación en el lugar de bienestar que se merece, aunque implique decirle adiós al club del plato vacío, a las compensaciones tras grandes banquetes o a la idea de que el cuerpo debe tener una forma determinada. También devuelve algo que nunca se debió perder: la ilusión de sentarse a la mesa y degustar la comida con todos los sentidos dejando la culpa de lado.
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