¿Se aprende más y mejor en el extranjero?
Cada vez más chicos con 13 o 14 años hacen la maleta por primera vez para estudiar fuera de casa, una decisión que toman los padres para fomentar su autonomía. Mientras hay expertos que piensan que la experiencia enriquece al menor, otros advierten que hacerlo antes de tiempo puede ser algo traumático


Viajes escolares, estancias en el extranjero, intercambios, programas de verano… cada vez más jóvenes aprenden fuera, en contextos que prometen abrir la mente, mejorar un idioma y fomentar la autonomía. Siete de cada 100 estudiantes se desplazaron al extranjero para completar parte de su formación, según la última encuesta sobre Movilidad Internacional de los Estudiantes, realizada por el Instituto Nacional de Estadística (INE) en 2014. Desde el organismo aseguran que “son los últimos datos y no se ha publicado otro estudio porque no consta que se hayan producido cambios significativos que lo justifiquen”.
Muchas familias se plantean que sus hijos salgan de sus aulas, crucen fronteras y vivan (aunque sea durante un par de semanas) en otro idioma, con otro clima y en otra rutina. A veces es un verano en Irlanda; otras, una escapada escolar a Roma o incluso un curso entero en Canadá. Y no se trata solo de perfeccionar idiomas. “Para muchos padres, la experiencia de viajar, convivir con otros compañeros y alejarse de casa se percibe como una especie de madurez exprés”, explica Clodoaldo Casaseca, director de una agencia especializada en estudios en el extranjero. Pero, ¿realmente aporta tanto como creen algunos?
Para María Dolores Mora Olmedo, diplomada en Magisterio en Psicología Educativa y orientadora escolar, no es necesario salir de casa para que los menores se desarrollen. “Se madura de forma natural. Lo exprés dificulta, porque no es acompasado”, explica. A su juicio, los menores crecen de forma más equilibrada cuando cuentan con un buen acompañamiento emocional y no se anticipan a momentos que podrían vivir más adelante.
José María Callejas, profesor jubilado de Griego, no lo ve igual. Aún guarda en casa carpetas con itinerarios escolares plastificados y postales de sus alumnos enviadas desde Florencia o Ravena. “Esos viajes dejaban huella”, dice con nostalgia. Durante décadas organizó salidas culturales con adolescentes de Bachillerato convencido de que ver in situ lo que estudiaban en clase era parte esencial del aprendizaje. Hoy, según cuenta, se cruza en Granada —su lugar de residencia— con profesores que hacen malabares para mantener viva la tradición, aunque nota que, en muchos casos, la oferta ha cambiado: menos museos, más playa y más discoteca.
Mora matiza que salir de un entorno seguro puede ser una experiencia maravillosa, pero advierte: “No caigamos en la trampa de las habilidades que potencia”. “La autoestima, la empatía y la capacidad de adaptación se desarrollan con la escucha, la paciencia, la calma y la mirada atenta de los padres”, aclara.

La tendencia se confirma también fuera del sistema educativo. Casaseca lleva casi 40 años organizando estancias para alumnos y asegura que las familias ya no buscan solo que sus hijos aprendan inglés: “Quieren que ganen autonomía, conozcan otras culturas, vivan una experiencia que los haga crecer”. Su empresa ofrece desde programas de tres semanas en verano hasta años escolares completos en el Reino Unido, Irlanda o Canadá. “Cada vez más estudiantes, algunos desde los 13 o 14 años, hacen la maleta solos por primera vez y vuelven con amigos extranjeros y una carpeta llena de anécdotas. A veces, incluso con una segunda familia. Otros se quieren quedar, no quieren volver”, afirma. Y los padres, por su parte, descubren también lo que significa dejar volar a sus hijos, según explica.
Para Mora hay una diferencia entre un viaje escolar y uno de intercambio o de estudios durante un año en EE UU o Irlanda, por ejemplo: “Hacer las maletas como experiencia formativa aporta al alumno valores humanos y empatía, pero mandarle a estudiar fuera durante unos meses o un año es un modelo de negocio y una moda adelantada”. “Hay que vivir cada etapa cuando estemos preparados para ello”, asegura rotunda la psicóloga.
Las razones para estudiar fuera varían. En el caso de los colegios, las salidas suelen concentrarse en primero de Bachillerato, cuando los adolescentes están abiertos a dejarse sorprender, según Callejas. Las agencias, en cambio, trabajan con todo tipo de perfiles. “Lo importante no es la edad, sino la preparación emocional del chaval”, apunta Casaseca, “y no todos están listos a los 13 años para dormir lejos de casa, hacer su propia mochila o enfrentarse a comidas que no han elegido sus padres”. “Para muchos, es la primera vez que se enfrentan a un aeropuerto, a otro idioma, a compartir habitación con desconocidos y aprenden a valorar lo que tienen en casa”, agrega Casaseca, “pero también a descubrir lo que hay fuera”.
En este sentido, Mora señala que la edad ideal para vivir una experiencia y aprender de ella es la etapa universitaria. Y es justo cuando los alumnos se animan más a estudiar fuera. Según datos del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, la estadística de internacionalización universitaria correspondiente al curso 2022-2023 —la última publicada— recoge que hubo 46.725 estudiantes salientes del Sistema Universitario Español y la mayoría provenían de universidades públicas presenciales. “Antes de ese momento, están en un periodo de desarrollo emocional, social, personal y académico que precisa acompañamiento”, subraya la psicóloga. “Emprender un viaje antes de tiempo, puede ser algo traumático”, prosigue.
Callejas recuerda que en los viajes de antes los chavales tomaban apuntes, escribían diarios, llegaban y hablaban del arte románico o del Coliseo con auténtico entusiasmo. Hoy, sospecha que muchos solo piensan en las fotos para Instagram: “Aunque haya cambiado el enfoque, explorar otras culturas sigue siendo una escuela. Y deberían hacerlo todos los centros, sin excepción”. Por último, Mora advierte que no todo son beneficios y que este tipo de experiencias, si se viven antes de la etapa universitaria, pueden acarrear consecuencias. Recuerda, por su propia experiencia, a alumnos que regresan con dificultades en materias como Ciencias, por no haber seguido el ritmo del currículo: “O viven choques al reincorporarse a grupos ya formados; sufren traumas por relaciones inestables en otros países o incluso vivencias familiares que entran en conflicto con los valores aprendidos en casa”. “A veces se idealizan los viajes al extranjero sin apreciar adecuadamente los riesgos”, continúa la maestra y psicóloga, “vivir a lo grande y volver a los límites puede ser más duro de lo que parece”.
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