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RED DE REDES
Columna
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El día que las redes no dieron luz

El concepto de ‘mierdificación’ resulta ilustrativo para definir la degradación de la utilidad de las plataformas digitales, como demostró el apagón

Carmela Ríos

Me perdonarán ustedes la expresión, pero las redes sociales ofrecen a los usuarios una experiencia de mierda, como el paso del tiempo se está encargando de demostrar. Cierto. El concepto de mierdificación carece de glamur, pero resulta tremendamente ilustrativo para definir cómo la calidad de los servicios y de las funciones de las plataformas digitales se ha ido degradando paulatinamente. Piense en aquellos días en los que era posible buscar en Google sin recibir a cambio una hilera de resultados patrocinados o de pago. O cuando el precio de un billete de avión que había localizado en un rastreador de vuelos no subía sospechosamente si a usted se le ocurría salir de esa web y volver a entrar. Y sí, durante un tiempo fue posible abrir una cuenta de Facebook y ver aparecer en perfecto orden todo lo que los familiares o los amigos querían compartir con nosotros.

El escritor y periodista canadiense Cory Doctorow considera que los años felices en que los usuarios eran tratados a cuerpo de rey por las plataformas constituyen la primera parte de una perfectamente calculada estrategia de mierdificación, como la denominó en 2022. Había primero que seducir a los ciudadanos con servicios irresistibles, aunque fuera a pérdida, para ganar una posición en el mercado y eliminar a la competencia. En una segunda etapa, la prioridad de los gigantes digitales fue atraer a las empresas y a los medios de comunicación, para lo que orientaron su funcionamiento en favor de estos y en perjuicio del usuario individual. Una vez que se convirtieron en indispensables para unos y otros, las plataformas digitales pasaron a la tercera fase, la actual, en la que explotan sin complejos las posibilidades para extraer toda la rentabilidad económica al negocio en detrimento de la calidad del servicio para ciudadanos y empresas, que ya son, irremediablemente, clientes cautivos.

La mierdificación tendrá un tratado específico el próximo verano cuando salga a la venta el libro que Doctorow está preparando sobre la materia. No hace falta esperar a entonces para observar cómo nuestras experiencias digitales han empeorado ostensiblemente y el apagón de la pasada semana fue una buena muestra de ello. Redes sociales como X, que jugaron un papel valioso en la gestión de catástrofes, crisis y atentados durante años, son ahora un pozo de contenido desordenado donde el lunes pasado resultaba muy laborioso encontrar información actualizada y relevante.

Cuando los usuarios eran importantes, las plataformas asumían el papel de agentes de relevo de la comunicación global y colaboraban activamente en amplificar los mensajes o recomendaciones que, tanto las instituciones como los servicios de emergencia, enviaban a los ciudadanos. Así sucedió, por ejemplo, la noche del viernes 13 de noviembre de 2015, cuando una cadena de atentados terroristas golpeó en distintos puntos de París. En medio de una peligrosa situación de desconcierto y con millones de personas en las calles disfrutando del inicio del fin de semana, el Ayuntamiento de París utilizó su Twitter para informar a los ciudadanos y coordinar protocolos de protección en mitad de la crisis. El algoritmo dio además eco al hashtag #PortesOuvertes (#PuertasAbiertas), con el que numerosos parisienses tuiteaban para ofrecer cobijo a quienes los atentados les habían sorprendido lejos de sus casas y con el metro cerrado. También Facebook activó su mecanismo safety check, gracias al cual cada usuario de la red social geolocalizado en París podía entrar en su cuenta y activar con un solo clic un mensaje para informar a sus contactos de que se encontraba bien.

Nada de esto sucedió el pasado lunes cuando llegó el apagón. El algoritmo de las plataformas parecía jugar a la contra y opuso la lógica de la urgencia a la de la rentabilidad. Los mensajes que los organismos oficiales y de emergencias trataban de difundir desde sus perfiles no recibieron ningún tratamiento especial y, a pesar de lo excepcional de la situación, obtenían un alcance muy limitado. Resultaba difícil entrar por la falta de cobertura, y quienes lo conseguían encontraron, como suele suceder, un batiburrillo de publicaciones aleatorias donde se mezclaban las ocurrencias de cuentas desconocidas, conjeturas sin fundamento, los primeros memes y las noticias reales. Para la historia de las redes como herramienta útil al ciudadano, el 28 de abril también fue un día de mierda.

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Sobre la firma

Carmela Ríos
Periodista experta en redes sociales y desinformación. Tras 20 años en informativos de televisión, 10 en París y un flechazo con Twitter, explora la interacción entre las redes sociales, el periodismo, la comunicación y el poder. Enseña a otros periodistas a adaptar sus herramientas de trabajo al desafío de la desinformación.
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