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Sudán: La descolonización de la emergencia humanitaria se abre paso

La mayoría de las personas que trabajan en la crisis provocada por la guerra en este país africano son profesionales del Sur Global. Las grandes ONG presentes en conflictos llevan años inmersas en procesos para descolonizar sus estructuras y dinámicas laborales

Sudán del Sur descolonización de la cooperación

Merie Nadje es nigerina, licenciada en comunicación y ha sido una de las coordinadoras de la misión que Médicos Sin Fronteras (MSF) mantiene en Adré, en la frontera de Chad, desde hace dos años para atender el éxodo provocado por la guerra de Sudán. Como la inmensa mayoría de los cientos de trabajadores y trabajadoras que la ONG ha destinado a esta crisis humanitaria es una persona negra y procedente de los países del entorno. Por ejemplo, de las más de 331 personas que trabajan en el complejo médico que MSF ha construido junto al campo de Metché, donde han sido reubicados más de 50.000 refugiados y refugiadas, solo 17 son expatriadas y, en su mayoría, procedentes de países del Sur Global.

Porcentajes similares se repiten en los proyectos con los que organizaciones como Acción contra el Hambre, Oxfam Intermón o el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de Naciones Unidas intentan aliviar la gravedad del mayor éxodo forzado del mundo en la actualidad. Atrás quedó la imagen del “salvador blanco” como arquetipo del trabajador o trabajadora humanitaria. La multiculturalidad de sus profesionales es ya una realidad en las misiones de emergencia. Pero erradicar el colonialismo de las ONG requiere ir más allá.

Eurocentrismo y racismo

Las principales ONG especializadas en la respuesta a crisis humanitarias y conflictos llevan al menos un lustro revisando su funcionamiento para dejar de reproducir una visión y unas dinámicas colonialistas, clasistas, eurocentristas y racistas. “Es fundamental que en todos los niveles de las organizaciones haya profesionales que tengan interiorizadas la diversidad y la multiculturalidad porque esa es la realidad en la que van a trabajar”, explica Sami Guessabi, director de Acción contra el Hambre (ACH) en Sudán. Francés, hijo de argelinos y residente en España desde hace más de una década, trabaja desde Kenia mientras su pareja lo hace en Japón. Fue el responsable de poner en marcha la misión de ACH en Libia, el encargado de coordinar sus proyectos en Afganistán tras el retorno de los talibanes al poder en 2021 y después del inicio de la guerra en Sudán en 2023, le ha tocado levantar la misión de Sudán con trabajadores locales y, también, de países como Pakistán, Kenia, Senegal o Irak.

Las organizaciones tenemos que tener la capacidad de ir al terreno para que sean las comunidades las que nos digan qué necesitan, para entender su idiosincrasia y su cultura. Y, también, tener el peso suficiente para poder decirles nosotros a los donantes lo que tenemos que hacer, no al revés
Sami Guessabi, Accion contra el Hambre

“Las organizaciones tenemos que tener la capacidad de ir al terreno para que sean las comunidades las que nos digan qué necesitan, para entender su idiosincrasia y su cultura. Y, también, tener el peso suficiente para poder decirles nosotros a los donantes lo que tenemos que hacer, no al revés. Porque muchos donantes tienen otros intereses, más políticos. Y es nuestro deber tener claro para qué estamos en el lugar”, explica Guessabi por videoconferencia en un perfecto español. En abril de 2024, esta periodista comprobó en Adré cómo su equipo, compuesto en su mayoría por chadianos y liderado por la camerunesa Guislean Tanchou, dedicaba jornadas extenuantes a atender los crecientes casos de malnutrición en varias clínicas, así como a abrir pozos, instalar letrinas y repartir cocinas con las que sobrevivir al raso, como se encuentran decenas de miles de personas refugiadas en Chad.

Una familia sudanesa en Adré, en la frontera entre Sudán y Chad, en julio de 2023.

A igual trabajo, igual salario

Uno de los temas más complejos de abordar en esta revisión decolonial de las organizaciones es la cuestión de los salarios de sus plantillas. En el caso de Médicos Sin Fronteras, integrada por 60.000 trabajadores y trabajadoras repartidos por todo el mundo, se encuentra en plena transición a “una fuerza de trabajo global en la que las distintas retribuciones se correspondan con las distintas funciones”, explica Marta Cañas, exdirectora general de MSF, con décadas de experiencia trabajando en distintos destinos con esta ONG, incluido Sudán. Para ello, están diseñando una “tabla salarial armonizada para todo su personal internacional móvil”, añade.

En el caso de Acción contra el Hambre, ya cuentan con una sola tabla salarial dividida por los niveles de responsabilidad. “Intentamos coordinarnos con las otras organizaciones que trabajan en el terreno para tener, más o menos, unos mismos salarios, que sean realistas y que no destruyan el mercado de trabajo local. Pero allá donde están las Naciones Unidas, paga mucho más. Y la realidad es que hay lugares en los que no hay doctores trabajando en los hospitales porque se han ido con alguna ONG o con la ONU. No podemos llegar a un país y arrasar con su sistema de trabajo”, alerta Guessabi que, en el caso de Libia, pudo estudiar y diseñar un plan de remuneración antes de poner en marcha el proyecto.

La distorsión económica que puede provocar el desembarco de organizaciones internacionales en un territorio va más allá de los salarios. En la isla griega de Lesbos, la llegada de ONG y asociaciones dedicadas a paliar el abandono de la población refugiada provocó el encarecimiento de los alquileres de larga temporada lo que afectó incluso a los estudiantes que suelen mudarse desde las islas vecinas para estudiar en su Universidad. “Es exactamente la situación que intentamos evitar cuando llegamos a Sudán hace un año. Tenemos la obligación de negociar con los dueños de los edificios para que no nos suban los precios y terminemos perjudicando así a la población. A la vez, en esos contextos de guerra y crisis humanitaria, los propietarios también necesitan el dinero”, reflexiona Guessabi.

Un modelo heredero de la Segunda Guerra Mundial

El funcionamiento de las ONG que trabajan en emergencias humanitarias tiene su origen en el periodo de reconstrucción que siguió a la Segunda Guerra Mundial. “Un sistema atravesado por relaciones históricas muy coloniales entre los países del Norte hacia el Sur y que se ha quedado absolutamente obsoleto. Aunque se han hecho esfuerzos por transformarlo, sigue reproduciendo prácticas asimétricas y normalizando relaciones de poder a partir de las visiones e intereses de los actores que acaparan más poder”, analiza Pilar Orduña, responsable de acción humanitaria de la ONG Oxfam Intermón. “Muchos donantes imponen las lógicas administrativas, los plazos, los diagnósticos e, incluso, la rendición de cuentas, que es un proceso muy vertical de abajo hacia arriba. Es decir, rendimos cuentas hacia los donantes, cuando también podríamos hacerla hacia las comunidades o hacia las organizaciones socias locales”, expone quien también coordina en la actualidad el Grupo de Trabajo de Acción Humanitaria de la Coordinadora de ONGD de España.

Orduña identifica otras imposiciones del Norte Global como el uso del inglés como lengua hegemónica para participar en el sistema y una industria de la ayuda, integrada por consultores internacionales —en su mayoría, de países enriquecidos— dedicadas a formular proyectos, a evaluarlos y que “tienen un gran peso en la definición de la agenda de las políticas de la cooperación”.

Aunque en los últimos años hemos asistido a una disminución de la financiación por parte de los Estados y de las grandes fundaciones a las emergencias humanitarias en favor de los proyectos de cooperación, nada es comparable al impacto que está teniendo la supresión de la financiación procedente de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) dictada por el presidente Donald Trump. En el caso de Acción contra el Hambre, el 30% de sus fondos procedía de manera, directa o indirecta, de Estados Unidos, por lo que están buscando apoyo para evitar que se vean afectados más de 50 programas. En Afganistán, por ejemplo, han tenido que cerrar unidades móviles de atención sanitaria, lo que privará a más de 10.000 niños y niñas menores de cinco años, así como a mujeres embarazadas y lactantes de una atención crucial para su salud. Y en Sudán, donde sus proyectos no se han visto afectados directamente, el sector de emergencias dependía en un 40% de la ayuda estadounidense. En el caso de MSF, aunque no recibe financiación de EE UU, su personal sí está siendo testigo de cómo la cancelación de sus fondos a otras entidades está agravando de manera acelerada la situación de poblaciones muy vulnerables en países como Haití, República Democrática del Congo, Zimbabue, o Bangladés, donde el Programa Mundial de Alimentos se ha visto obligado a reducir a la mitad sus raciones de comida.

Por todo ello, las ONG dedicadas a trabajar en conflictos y crisis humanitarias llevan años volcadas en aumentar las donaciones procedentes de la ciudadanía para asegurarse una mayor independencia. Y en este sentido, la contratación sigue necesitando importantes recursos y tiempo. “Tenemos un trabajo maravilloso, pero que requiere grandes sacrificios por lo que mucha gente lo hace uno o dos años y lo deja. Eso hace que tengamos que estar recomponiendo y formando a los equipos de manera recurrente“, explica Guessabi, de Acción contra el Hambre.

De hecho, algunas organizaciones más pequeñas que las citadas en este reportaje y, en consecuencia, con menos presupuesto, tienen dificultades para encontrar profesionales locales dispuestos a trabajar en lugares como el campo de personas refugiadas de Metché, una de las poblaciones más aisladas de Chad.

Ante la creciente complejidad de los contextos bélicos y las crisis humanitarias, donde cada vez convergen más actores, las ONG cada vez atienden más a las evaluaciones de riesgo también para la selección del personal. “Uno de nuestros objetivos es que el personal local termine ocupando los cargos de mayor responsabilidad. Pero también es importante que haya expatriados por una cuestión de seguridad para los nacionales: los extranjeros pueden hablar con las autoridades de una manera que estos no podrían”, señala Guessabi.

La importancia del “sinfronterismo”

Hay contextos extremos en los que las ONG han reducido la presencia de personal laboral blanco por causas como el riesgo de secuestros en algunos países. Pero siempre y cuando sea posible, Marta Cañas, de Médicos Sin Fronteras, reivindica la riqueza de la internacionalidad de sus equipos: “Es fundamental para nuestro trabajo contar con los procesos de reflexión en los que se debate desde esa mirada múltiple y diversa que aportan los distintos orígenes y trayectorias vitales de nuestros colegas”, explica quien a lo largo de su larga trayectoria como humanitaria ha vivido en numerosos países, incluido Sudán.

Aunque la reflexión comenzó hace una década, fue hace unos siete años cuando Médicos Sin Fronteras se volcó en la descolonización de la organización. Cañas, que ha participado en el proceso desde el inicio, describe con pasión los siete ejes de la estrategia. “El primero es poner en el centro de gravedad las necesidades y las visiones de las personas y las comunidades a las que servimos. No decidirlas en nuestra oficina de Barcelona, sino a través de un diálogo real y profundo hasta acordar con ellas cómo vamos a tratarle como paciente”.

Se trata de acabar con la imagen de víctima permanente y entender que una persona puede necesitar ayuda en un momento dado y en otro, ofrecerla
Marta Cañas, MSF

Sobre el terreno, en la frontera de Chad, este objetivo se materializa en el peso que tienen en el trabajo diario de MSF mediadores como Mohammed Abdallah Hassan, un refugiado sudanés contratado para trabajar codo con codo con el personal sanitario y los pacientes; o la centralidad del equipo de salud mental de Adré, dirigido por la psicóloga mexicana Cynthia Matildes; o en figuras claves como la de Lena Lieberknecht, responsable de protección comunitaria, y que en la práctica se pasa el día reuniéndose con distintos grupos de la comunidad del campo de Metché para conocer sus necesidades, sus preocupaciones y para identificar los siguientes pasos que la ONG debería dar. Otro de los ejes citados por Cañas es la promoción de las mujeres en los órganos ejecutivos. Algo que constatamos en Adré con su coordinadora, la nigerina Merie Nadje, pero también con la de ACH, la camerunesa Guislaine Tanchou.

“Se trata de acabar con la imagen de víctima permanente y entender que una persona puede necesitar ayuda en un momento dado y en otro, ofrecerla”, recuerda Cañas. Y lo ejemplifica a través de la experiencia reciente de una de las captadoras de donantes que trabaja a pie de calle en Barcelona. En solo una semana, su compañera conoció a tres personas que habían sido atendidas por MSF: una había sido rescatada por su barco en el Mediterráneo, otra había recibido asistencia durante su parto en Guatemala y al padre de la tercera le habían asistido durante su hospitalización por covid-19 en Argentina. Y ahora eran ellas las que querían hacerse socias.

El empuje descolonizador del Sur

También Oxfam Intermón está inmersa en el proceso de descolonización: “Como ONG, hemos nacido para desaparecer. Nuestro objetivo es que las organizaciones nacionales y locales, cada vez más, lideren las respuestas humanitarias: son las que mejor conocen el contexto, las que primero sufren las crisis y las últimas que se van del escenario porque son sus comunidades”, explica Orduña. Y, para ello, ella y sus compañeras trabajan los proyectos, de principio a fin, con organizaciones feministas nacionales o que defiendan los derechos de las mujeres y de las minorías.

“La cooperación al desarrollo ha reproducido relaciones asimétricas y de dominación. También ha influido en los valores, la cosmovisión y el sentido común dominante de las sociedades en las que han tenido un mayor impacto”, denuncia Orduña. Y para comenzar a combatir esta forma de neocolonialismo, han sido claves las mismas organizaciones del Sur Global que han dicho basta a un modelo que las reducía a receptoras pasivas. “Están haciendo un trabajo espectacular de presión, de pedagogía, de generación de conocimiento para acabar con este modelo que produce racismo estructural”, apunta Orduña, quien recuerda que en este proceso “reparación a escala global” ha habido dos pronunciamientos de la ONU que guían el camino: el informe sobre el impacto negativo de los legados del colonialismo en el disfrute de los derechos humanos y la resolución sobre la promoción de un orden internacional democrático y equitativo.

Como ONG, hemos nacido para desaparecer. Nuestro objetivo es que las organizaciones nacionales y locales, cada vez más, lideren las respuestas humanitarias: son las que mejor conocen el contexto, las que primero sufren las crisis y las últimas que se van del escenario porque son sus comunidades
Pilar Orduña, Oxfam Intermon

Y para conseguirlo, una de las estrategias de Oxfam Intermón es, precisamente, que tengan la portavocía las organizaciones locales con las que trabajan en los órganos de coordinación humanitaria, a menudo dominados por los actores internacionales. Al fin y al cabo, la descolonización también es una retirada de los lugares ocupados y devolver la palabra a quienes les fue usurpada. Por eso, es alentador ver cómo las ONG especializadas en la emergencia humanitaria se transforman para proyectar, a través de su funcionamiento, la sociedad equitativa, diversa y plural a la que aspiran contribuir para dejar de ser necesarias. Por ejemplo, en los hospitales de MSF en la frontera de Sudán, donde entre el personal sanitario conviven decenas de nacionalidades. Y sólo una minoría son del Norte Global. Ni más ni menos que una traslación de la verdadera demografía mundial.

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