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Gabriel Franco, la lucha de un pescador de Perú contra quienes dinamitan el mar

En la Reserva Nacional de Paracas, un área protegida del país latinoamericano, este hombre arriesga literalmente su vida para sacar su sustento y frenar la pesca ilegal junto con sus compañeros. Sus armas son una moto, una radio y la voluntad de detenerlos

Reserva Nacional de Paracas

“Son como terroristas del mar”, dice Gabriel Franco, de 55 años, al borde de un barranco clavado en Punta Lechuza, una zona de la Reserva Nacional de Paracas. Se refiere a los pescadores ilegales que utilizan dinamita para faenar, una práctica que amenaza el ecosistema en esta zona marina protegida, ubicada a 260 kilómetros al sur de Lima.

Él también se dedica a la pesca, pero de manera legal y corriendo abundantes riesgos. Está a punto de bajar, ayudado apenas por una cuerda, hasta un profundo acantilado de al menos 80 metros, junto con su colega Luis Alberto Quispe con el fin de plantarse sobre una roca para intentar capturar algunas piezas de corvina y lenguado.

Franco es presidente de la Asociación de Pescadores a Cordel de la Reserva Nacional de Paracas desde hace siete años. Y desde hace 12 forma parte del cuerpo de 27 guardaparques voluntarios comunales que ayudan a los otros 23 oficiales que el Servicio Nacional de Áreas Protegidas del Perú (SERNANP) tiene en el lugar. Su misión, cuidar del mar.

El hombre tiene muchas historias que contar. “Una vez —recuerda—, eran como la seis de la mañana y yo había llegado con mi moto a buscar un sitio para pescar. De pronto, vi cómo una embarcación se cuadraba para meter la bomba, proa a la mar, con remo”. El episodio ocurrió en un acantilado de Carhuas, una playa ubicada varios kilómetros al sur de Punta Lechuza, dentro de la reserva.

“Me vieron, pero igual lanzaron la dinamita. Estalló y yo les comencé a tirar piedras”. Tras varios minutos de gritos y pedradas, y ante la amenaza de Franco de llamar refuerzos por radio, los infractores optaron por irse. Fue una de las varias veces que ha logrado neutralizar a los “bomberos”, que es como llama a los pescadores que usan dinamita.

Una hecatombre marina

La pesca con explosivos no está permitida, pero aún se practica en Perú. Sus efectos sobre el ecosistema marino son demoledores: mata peces grandes y pequeños, larvas, plancton, moluscos, crustáceos y puede afectar hasta las aves. Produce una especie de hecatombe marina.

Los responsables de la Reserva calculan que Franco y sus compañeros han logrado disuadir a muchos pescadores ilegales y se felicitan porque el uso de la dinamita para faenar en estas aguas se ha reducido notablemente. “Siempre estamos atrás de ellos, pues nosotros vivimos de lo que hay en el mar”, declara Franco, mientras se divisan algunas embarcaciones que sí parecen ser legales. Él las mira y comienza como a ‘deletrear’ el oleaje: si está movido o tranquilo, si trae algas o no.

No siempre ha tenido éxito en su lucha contra los “bomberos”. En otra ocasión, justo cerca de Punta Lechuza, encaró a uno de ellos y casi acaban a golpes. El hombre se subió a un vehículo y huyó por los montes polvorientos vecinos a los acantilados, mientras Franco lo perseguía con su moto. Unos cerros después volvieron a encontrarse. El infractor estaba acompañado de seis personas más. “Ya no podía hacer nada, eran varios”.

Siempre que recorre la reserva con su moto buscando un sitio donde pescar, Franco observa el entorno para ver si hay algún sospechoso. Si lo ve, inmediatamente alerta al personal de seguridad y a sus compañeros para que vengan en su ayuda. Dos veces al mes, además, participa en operativos sorpresa en la reserva.

Planeta Futuro estuvo presente en uno de ellos. Comenzó a las tres de la mañana, en medio de la oscuridad y concluyó hacia las ocho. Incluyó recorridos por Punta Lechuza, Arquillo y Lagunillas, todos lugares donde los “bomberos” suelen realizar sus incursiones. No se encontró a infractor alguno, aunque Franco recalca que, si se descuidan y dejan de hacerlos, los infractores pueden volver a actuar.

“Quédate tranquilo, no hagas nada”

Este hombre, al liderar un gremio de pescadores, siente que tiene una responsabilidad mayor y constantemente alienta a sus compañeros para que se comprometan con la defensa de los recursos y el área protegida. Según él, este compromiso ha hecho que sea objeto de un acoso telefónico que provendría de los mismos infractores.

“Me llaman de números que no están grabados en mi teléfono celular. Y me mandan amenazas que dicen: ‘Mejor gánate tu dinero con esto y quédate tranquilo, no hagas nada’. Por eso, cuando veo que el número es desconocido, corto o ya no contesto”, explica.

Su preocupación es sobre todo cómo será su jornada al día siguiente y si conseguirá su carnada para ir en busca de corvinas, lenguados o chita, un pez muy apreciado por su deliciosa carne blanca y una de las presas preferidas de los pescadores ilegales.

Franco ha terminado su jornada de pesca en las rocas del acantilado. El día comenzó hacia las siete de la mañana. Ahora, a las doce del mediodía, sube tomado de la cuerda, junto con su compañero, sorteando rocas, sin trajes especiales, sin cascos ni seguridad. Únicamente confiando en su cautela y su experiencia. Desde arriba, se les ve como dos puntitos avanzando por el inmenso acantilado que parecen conocer cada recoveco del barranco.

Por fin, llegan arriba con sus capturas. Franco ha pescado varias corvinas y dos pequeños lenguados. Con eso, afirma, sacará unos 150 soles (poco más de 38 euros), que luego venderá en San Andrés, un muelle y embarcadero cercano, o a compradores particulares. Pese a lo arriesgado de su trabajo y que alguna vez se quedó atascado en una roca, afirma que no tiene miedo: “He visto muchas cosas en mi vida. Y nosotros tenemos que cuidar los recursos, dar de comer a nuestras familias. Aún hay bastante pesca, pero se puede acabar”.

—¿Y hasta cuándo lo va a hacer?

—Acá continuaré pescando hasta que ya no pueda lanzar mis cordeles.


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