Samia Hamza, activista afgana refugiada en Pakistán: “Deportarnos sería una sentencia de muerte”
Esta defensora de los derechos de las mujeres teme ser enviada de regreso a su país en la nueva ola de expulsiones que lleva a cabo este país. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), cerca de 60.000 afganos fueron expulsados de Pakistán entre el 1 y el 13 de abril

Escribo estas líneas desde Peshawar, en el norte de Pakistán. Esta ciudad se encuentra a solo 50 kilómetros de la frontera con Afganistán, el país donde nací y al que mi inminente deportación supondría una sentencia de muerte. Mientras pueda, quiero enviar este mensaje al Gobierno de Pakistán y al mundo.
Huimos a Peshawar hace dos semanas desde Islamabad, donde las redadas policiales y las detenciones diarias han hecho la vida imposible a los refugiados afganos. Ahora, los registros y los arrestos nos han seguido hasta aquí. Cada vez que llaman a la puerta o se oye ruido en la calle, me pregunto si será el día en que nos llevarán.
Hace unos días, la policía fue de casa en casa en nuestro barrio buscando familias afganas. Un vecino paquistaní nos ayudó a escondernos en su tejado hasta que pasó el peligro. Pero la policía volverá. Vivimos con miedo constante y mis tres hijos pequeños no entienden por qué el Gobierno de este país nos quiere lejos. Yo conozco ese miedo. Es el mismo que nos obligó a huir de Afganistán hace cuatro años.
Cuando los talibanes llegaron al poder, yo era estudiante de Medicina y profesora de secundaria. Después de que los talibanes prohibieran la educación secundaria para las niñas, muchas otras mujeres y yo salimos a la calle para reclamar nuestros derechos. Muchas fuimos detenidas y encarceladas. Una amiga fue asesinada delante de mí. Aunque me liberaron, los talibanes fueron luego a mi casa para arrestarme. Amenazaron de muerte a mi padre, a mi hermano y a mí. Como muchos otros, nos vimos obligados a huir.
Hicimos todo correctamente en Pakistán. Solicitamos asilo y visados de refugiado para ir a Estados Unidos y a otros lugares. Cuando muchos de esos países rompieron sus promesas, buscamos ayuda para encontrar otros países de refugio.
Mientras esperábamos, no fuimos una carga. Mi marido trabajaba en un call center y luego vendía frutas y verduras en el mercado. Mis hijos iban a la escuela y yo me matriculé en un curso en línea de Relaciones Internacionales en una universidad estadounidense, para invertir en el futuro de mi familia.
Hicimos amistad con nuestros vecinos paquistaníes. Eran amables, bondadosos y serviciales. Encarnaban la profunda compasión que Pakistán ha mostrado durante muchas décadas hacia los afganos que huían de la guerra y la tiranía. Ha habido países que han venido y se han ido, que han hecho promesas y luego nos han dado la espalda, pero Pakistán ha seguido siendo un faro de amistad y esperanza. Es un legado del que el pueblo paquistaní debería estar orgulloso. Por eso no puedo creer que las deportaciones de refugiados afganos por parte del Gobierno de este país representen sus deseos. Si Pakistán nos devuelve ahora, no solo nos abandonaría a manos de nuestros opresores, sino que también enterraría este legado.
Ha habido países que han venido y se han ido, que han hecho promesas y luego nos han dado la espalda, pero Pakistán ha seguido siendo un faro de amistad y esperanza
Quiero ser clara: deportar a quienes nos enfrentamos a los talibanes en apoyo de la democracia, la igualdad y los derechos humanos sería una sentencia de muerte. Para muchos miles más, sería enviarlos a una de las crisis humanitarias más graves del mundo.
Por eso, hoy, antes de que sea demasiado tarde, hago un llamamiento al primer ministro Shebaz Sharif y al Gobierno de Pakistán para que detengan las deportaciones. Den una opción para que personas como yo, para las que volver a Afganistán significaría la muerte, encontremos otro refugio. Tómense el tiempo necesario para encontrar soluciones sostenibles y a largo plazo. Demuestren a los países que nos han abandonado a nuestra suerte lo que es actuar con principios.
No hago este llamamiento sola. En todo el mundo, y aquí en Pakistán, cientos de miles de personas se han unido a mí: firman peticiones, alzan la voz y reclaman humanidad. Soy una de las muchas mujeres y defensoras de los derechos humanos que están viviendo esta misma pesadilla. Estamos unidas pidiendo justicia y quiero creer que el mundo nos está escuchando. Muchas personas estamos vivas en este momento gracias a Pakistán. Su compasión nos salvó. Ante los ojos del mundo, pueden hacerlo una vez más.
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