Revisitando el chauvinismo socialista chileno
La decisión del Partido Socialista de Chile es un todo o nada. ¿Cómo no ver que la proclamación de una candidatura presidencial propia tiene una sola condición de éxito, ganar la primaria?

Hace un mes atrás, publiqué en este mismo periódico una columna en la que analizaba el momento identitario del socialismo chileno a través de la categoría chauvinismo. En ese momento, ya se observaban indicios de confusión política en medio de un deseo de tener una candidatura presidencial propia, a partir de una voluntad de afirmación de la identidad.
Pues bien, el 12 de abril de 2025, el Comité Central del Partido Socialista de Chile (PS) proclamó de modo unánime como candidata presidencial a la senadora Paulina Vodanovic, quien además preside el partido de Salvador Allende. Contrariando cualquier tipo de encuestas (presenciales, online, telefónicas o mediante combinaciones de metodologías) en donde la senadora Vodanovic se mueve entre el 0% y el 1% de las preferencias, el PS no dudó en proclamarla: la marsellesa socialista, los puños en alto y el lenguaje del compañerismo arreciaban. Es cierto que durante el Comité Central hubo un puñado de miembros y de diputados que alertaron sobre los riesgos involucrados: por ejemplo, sobre terminar en los últimos lugares de una elección primaria de izquierdas a la que concurrirán, al día de hoy, cuatro candidatos (Carolina Tohá del Partido por la Democracia, Jeannette Jara del Partido Comunista, Gonzalo Winter del Frente Amplio y la senadora Paulina Vodanovic), lo que podría debilitar las candidaturas parlamentarias socialistas en noviembre próximo. Ningún tipo de argumento racional pudo contener el sentimiento chauvinista, cuya potencia emocional aumentó en los últimos días con la destitución por el Tribunal Constitucional de la senadora Isabel Allende (hija del extinto presidente). Es así como, entre muchos otros ejemplos de chauvinismo, el alcalde socialista de la comuna de San Bernardo Christopher White pudo resumir el sentimiento que predomina en las filas del PS: “si perdemos, perdamos con las botas puestas”.
¿Por qué sostener que lo que ha predominado en la decisión del PS es una forma de chauvinismo, y no una legítima decisión, sobre todo si se considera que los principales partidos del oficialismo inscribirán candidaturas para las primarias? La pregunta es relevante (la legitimidad nadie la discute) y se responde sin mayores dificultades: a diferencia de otros partidos, el PS tiene mucho que perder si su candidata resulta derrotada, sobre todo si se considera que la candidata mejor posicionada en las encuestas (Carolina Tohá) pertenece al mismo sector, el así llamado “socialismo democrático” cuya existencia admite todo tipo de dudas. Es evidente que, si el ‘Socialismo democrático’ concurre a la primaria con dos candidaturas, la potencia de cada una de ellas se debilita y el sector se fragmenta. En su columna de este domingo en El Mercurio, Ricardo Solari, presidente del Instituto Igualdad, vinculado al Partido Socialista, no dudó en afirmar que con dos candidaturas, es todo el sector el que pierde y ninguna de las dos candidatas gana en la primaria tal como se está configurando. Puede ser, pero también es razonable pensar que en una primaria con participación masiva (del orden de dos millones de personas o más), el peso específico de cada partido se diluye.
Veremos.
Lo que queda claro es que la decisión del Partido Socialista es un todo o nada. ¿Cómo no ver que la proclamación de una candidatura presidencial propia tiene una sola condición de éxito, ganar la primaria? Cualquier otro resultado oscila entre lo malo y lo catastrófico: desde este punto de vista, no parece razonable ni racional tomar decisiones de esta envergadura de acuerdo a la lógica del póker, descansando en una potencia infinita del sentimiento chauvinista. Sólo un mal resultado permitirá observar los límites electorales del chauvinismo: cuando eso ocurra, si es que ocurre, será demasiado tarde para enmendar el rumbo. Existe otra posibilidad, igualmente nefasta que la derrota en una elección primaria: declinar la candidatura socialista a días (u horas) de inscribir legalmente las candidaturas…a cambio de negociaciones parlamentarias adelantadas. De existir esta segunda posibilidad, ¿cómo no ver los costos pírricos que una negociación adelantada puede provocar, generando un daño de imagen al PS que pueden ser irreparables? Ante esta disyuntiva, entre competir y negociar, tal vez sea mejor adherir a la doctrina del alcalde White.
Todo esto nos habla de una pulsión identitaria, de cálculos (buenos o malos) electorales y de decisiones a partir de nombres que carecen de contenidos. A estas alturas, es necesario formular una pregunta sobre lo obrado y gobernado por el Partido Socialista desde la restauración de la democracia en 1990: ¿de qué forma y en qué dirección se ha movido el socialismo chileno cuando gobierna? Algunos socialistas responderán de modo oblicuo: “no se ha gobernado según el ideario socialista” o “hemos gobernado haciendo lo posible”. Es importante tomar en serio este segundo elemento de respuesta: la tesis de gobernar en la medida de lo posible es, tras 35 años de restaurada la democracia, cuatro gobiernos de la Concertación y un gobierno de la Nueva Mayoría (que significó incluir al Partido Comunista en el gobierno) y la presidencia de Gabriel Boric, derechamente insostenible, puesto que da a entender que las izquierdas nunca han logrado realmente luchar por cosas que le hacen sentido…y que la satisfacen en tiempo y momento oportuno. No se puede gobernar por más de un cuarto siglo bajo esta lógica del minimalismo: es impresentable. Esto no significa que proponer cualquier tipo de alternativa sea “lógicamente posible”: plantear un modelo de planificación centralizada es absurdo no solo por motivos lógicos, sino morales (dada la experiencia desastrosa de la Unión Soviética, Cuba y el mundo comunista). Es más: no es concebible ni pensable ofertar una alternativa al capitalismo. Esto puede doler, pero el mundo es lo que es, y el pensamiento político de izquierdas en este punto colapsa. Pues bien, la respuesta se escribe de modo objetivo, interpretando no de modo libre, sino de acuerdo a la literatura (especializada, pero también ideológica) lo que Chile y sus izquierdas han logrado. No es poco lo que se ha logrado: lo que se ha alcanzado son, fundamentalmente, metas socialdemócratas en tres derechos sociales cuyo goce es aun parcial en educación (la gratuidad para el 60% de la población más carenciada es una conquista), en salud (más allá de las Isapres, la política de “Acceso Universal de Garantías Explícitas”, AUGE, y su instrumento “Garantías Explícitas en Salud” o GES son un verdadero triunfo progresista) y la reciente reforma previsional constituyen los fundamentos de un programa socialdemócrata. Pues bien, no parece evidente que los socialistas estén en condiciones políticas para reconocer lo que han obrado y gobernado, ya que nada de esto es de naturaleza revolucionaria (en algún sentido de la expresión), y todo se inscribe en una lógica de reformar el capitalismo desde sus entrañas. Esto sería un muy buen debate local si no intervinieran en él variables externas. Pues bien, son las luchas por reformar al capitalismo “desde sus entrañas” lo que se ha transformado en objeto de controversia, puesto que las políticas de Trump han sido mucho más eficientes para redefinir el capitalismo y las posibilidades de sus reformas.
¿No hay en las políticas proteccionistas de Trump un desafío al neoliberalismo con el cual ha tenido que luchar el socialismo y todo tipo de izquierdas? ¿Tiene algo que decir el socialismo chileno sobre lo que está ocurriendo en el corazón del capitalismo neoliberal?
Temo que nada.
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